Fueron necesarios solo ocho fanáticos para dejar un infierno en la capital de la cultura, de la libertad y del amor — la ciudad de los románticos, de los cafés, de los museos.
Incluso a la distancia, no hay cómo no sufrir por una ciudad que, cuando no es la primera, es la segunda más querida de todos los que la conocen. Triste, indignada y con miedo, París, dicen los corresponsales, busca erguirse, todavía llorando los 129 muertos del mayor atentado que sufrió, mientras el gobierno se prepara para la guerra — “un nuevo tipo de guerra”, según el presidente François Hollande, y que para otros ya sería la Tercera Guerra Mundial. Si fuera, es un conflicto donde el enemigo sabe que no puede ganar, pero puede aterrorizar con fanáticos que cultivan el martirio y el suicidio, y creen que hay en el paraíso 72 vírgenes esperándolos a cada uno de ellos. La masacre evidenció el cambio de motivación de los extremistas. En lugar de los ataques a símbolos del poder político y económico, como los de al-Qaeda el 11 de septiembre, los bárbaros del Estado Islámico se volvieron contra los valores republicanos y el estilo de vida que clasifican como “prostitución y obscenidad”, escogiendo como blanco ambientes de entretenimiento y placer, como restaurantes y casas de espectáculo. Fueron necesarios solo ocho fanáticos para dejar un infierno la capital de la cultura, de la libertad y del amor — la París de los románticos, de los cafés, de los museos, de las cuatro estaciones cantadas por Cole Porter, de Piaf, de la “generación perdida” americana, la París que Hemingway describió como una fiesta.
¿Cómo explicar la fascinación que ejerce una organización tan tenebrosa sobre jóvenes asilados en países democráticos? Francia calcula que más de mil de los suyos ya se alistaron para matar y morir. Hay varias hipótesis, como las causas sociales, ya que la seducción se hace de preferencia en la periferia pobre de las grandes ciudades. Pero se habla también de la búsqueda de identidad, citando el ejemplo del jihadista John, británico, conocido por los videos donde aparecía en la Internet cortando cabezas y quemando vivos a los prisioneros. Ellos también quieren fama acá o junto a las vírgenes. Además, una de las novedades es el papel que ejercen las redes sociales en el reclutamiento y la propaganda de la organización: cuanto más crueldades exhiben, más adeptos consiguen. Hace poco se posteó la foto del más joven hombre-bomba de los jihadistas, un inglés de 17 años. Disfrazada, una periodista francesa se infiltró en medio de esos candidatos a mártires y vio cómo es la dulce vida de ellos mientras todavía están “desactivados”. Usufructúan de lo bueno y de lo mejor a disposición en el Occidente que quieren destruir. La organización es rica. Como se sabe, los jihadistas controlan franjas de territorio sirio e iraquí lleno de petróleo, lo que rendiría cerca de 1,5 millón de dólares por día.
Esta semana, la alianza comandada por los EUA destruyó más de cien camiones-tanque en Siria. Parece que descubrió, por fin, que la solución contra esa guerra tal vez sea económica, más que bélica.
O Globo, 18/11/2015